Con aires más fríos y hojas de colores en los árboles, se va acercando sutilmente el fin de año. Pero antes de que inicie mi nostalgia por otro año increíble que se va, quiero ponerme las pilas para compartir con ustedes un poquito más sobre los miles de viajes que llenaron mi 2018. Gracias a que viví en dos continentes diferentes (para no hacer una lista larga de países), tuve la oportunidad de explorar lugares tan contrastantes y especiales. ¡Honestamente, jamás imaginé que a mis 29 años tendría la fortuna de conocer tantos rincones del mundo!
Y quizá uno de los lugares que más han despertado su curiosidad es Myanmar. No saben la cantidad de mensajes y preguntas y dudas que he recibido sobre mis días ahí. ¡Así que hoy les voy a contar todo!
Primero un poquito de historia y geografía
Myanmar, conocido anteriormente como Birmania, es el país más al norte del Sudeste Asiático, y limita con India, Bangladesh, Tailandia, Laos, China y el Océano Índico. Sí, por allá andaba… Éste es un país con una historia larguísima y complicada, de grandes dinastías e imperios que florecían para luego desaparecer. En el siglo XIX, fue conquistado por los británicos, que no concedió su independencia hasta 1948. Luego de la opresión de los Ingleses, Myanmar se transformó en un país socialista, luego en una dictadura militar y ahora es, al menos oficialmente, una República Parlamentaria.
Pero la historia aún no es una de final feliz. Siendo un Estado repleto de variedades étnicas, creencias religiosas, abusos, pobreza y guerras civiles, su gente constantemente sufre de injusticias, desigualdad, persecuciones, falta de educación, discriminación y miseria. Además, la mayor parte de su población (60 millones de personas) es rural y el 89% practica el budismo.
¿Por qué les cuento esto? Para darles un poco de contexto y contagiarlos de mi fascinación por el país. Mi viaje a Myanmar fue de mis favoritos este año. Y no porque los lugares que visité estuvieran colmados de belleza o sus ciudades fueran las más tecnológicas, sino porque me ofreció una experiencia cultural única, ajena al turismo excesivo y sus paquetes estandarizados que a veces restan autenticidad. Fue una vivencia mucho más rural y mágica.
¿Qué visitar?
Yangón
En la antigua capital de Myanmar estuvimos un día y medio. Amigos nos habían advertido a mi y al Panzón que no había mayor cosa que hacer, pero dado a que era nuestra escala antes de llegar al mítico pueblo de Bagán, decidimos comprobarlo por nosotros mismos.
¡Y vaya sorpresa! ¡Vale la pena quedarse al menos una noche en Yangón! La ciudad de Yangón en sí no es bonita, pero vale la pena caminarla un poco para absorber todos esos detalles característicos de la cultura birmana. Los mercados a media calle, los edificios viejísimos, las fachadas descarapeladas, las avenidas repletas de ferreterías, tiendas, restaurantes. Es interesante observar también a la gente pues, a pesar de que la televisión, los coches y el internet han llegado a los hogares, la vestimenta y el maquillaje continúan siendo muy típicos de la región. Por ejemplo: las mujeres, hombres y niños llevan los cachetes y la frente pintada con thanaka, una crema amarillo pálido con la consistencia de una mascarilla de barro, que producen al moler la corteza del árbol del mismo nombre y agua.
Si el caos de sus calles y la verdadera vida citadina del país no te atrae, la majestuosa pagoda Schwedagon es razón suficiente para dedicarle a Yangón un día. Esta es la pagoda más grande e impresionante que haya conocido, ¡y vaya que ya he visto muchas!
Creyentes de todo el país acuden a venerar a Buda en esta pagoda donde, se dice, se guardan reliquias como un pedazo de tela y cabellos de Siddharta Gautama. La estupa mide 100 metros de alto y está recubierta de hoja de oro; los locales abogan que fue construida hace 2,500 años, pero los arqueólogos la datan al siglo VI.
El esplendor de la pagoda no es su único atributo. Sino que, a diferencia de pagodas en países como Tailandia, la Schwedagon Paya se encuentra prácticamente libre de turistas. Así que la experiencia es mucho más enriquecedora. Puedes observar a las mujeres pintadas con thanaka mientras ofrendan flores a Buda; a los monjes pelones y vestidos de naranja hincados ante los templos; a los hombres con sus longyis (una especie de falda-pareo tejido) de colores caminando alrededor. El único intruso curioso eres tú.
¿Dónde comer y cenar en Yangón? Te recomiendo el Rangoon Tea House para lunch; prueba la ensalada de hojas de té (un clásico local), el bao de pollo frito, los Nan Pyar Noodles y las samosas de chocolate. ¡Acompaña todo con uno de sus dulces tés negros con leche condensada! Para cenar, te sugiero The Strand, ubicado en un hotel que evoca los tiempos de la colonia inglesa.
¡Ah! Y si les alcanza el tiempo, aprovechen también para hacerse un rico masaje. Nosotros fuimos a relajarnos a Royal Jasmin y con las manos de Crystal fui la más feliz.
Bagán
Conocer las tierras ocres de Bagán era motivo principal de nuestro viaje por Myanmar, y no nos decepcionó. Pasamos en el pequeño pueblo tres días y dos noches, tiempo suficiente para explorar sin llegar a cansarnos o aburrirnos.
A Bagan se le conoce como la ciudad de las mil pagodas, ¡y el nombre es totalmente literal! La historia dice que cuando el Rey Anawratha se convirtió al budismo, mandó construir más de 4,000 pagodas en la ciudad. Una supuesta invasión mongola, así como fuertes terremotos llevaron al pueblo a la decadencia, y de lo que alguna vez fue un centro cultural, educativo y económico floreciente, ahora sólo quedan restos de pagodas, senderos de tierra y algunas calles con restaurantes y bares. ¡Realmente es un espectáculo!
Para nosotros, la mejor manera de descubrir Bagan y sus secretos es rentando una moto eléctrica, circulando los templos clave en un mapa y dejándose llevar, perder y regresar. Entre las pagodas más importantes yo recomiendo visitar: Ananda Pahto (la más grande y más bonita) y el templo Sulamani (por tener los murales mejor preservados). De ahí en más, recomiendo que es vayan parando en la pagoda que les llame la atención, aunque pareciera que todas son muy similares, siempre hay algo distintivo en cada una de ellas.
Tu visita a Bagán no estará competa hasta que no te despiertes a las 5:00 am para ver el amanecer. Créanme, ¡la desmañanada vale la pena! Ver como nace el sol y da luz y vida a la naturaleza, mientras despegan decenas de globos aerostáticos en el horizonte es un espectáculo precioso, sobre todo si lo admiras desde una pagoda construida hace cientos de años. Y si tu presupuesto lo permite, subirte a un globo y ver Bagán desde las alturas también es una vivencia para recordar.
Lago Inle
Nuestro viaje por Myanmar terminó con un par de días en el Lago Inle. Honestamente yo iba algo escéptica. ¡Pero qué alegría que me dejé llevar! Fueron un par de días tranquilos, perfectos para descansar del calor y el polvo de Bagán.
Llegamos al pueblito ya entrado el día, así que nos dispusimos a dejar las maletas en el Bed and Breakfast y a rentar un par de bicicletas para conocer un poco los alrededores. Luego de rodar unos cuarenta minutos por la pintoresca y silenciosa localidad nos detuvimos en la entrada de un viñedo. ¡Así como lo oyen! ¡Un viñedo en el rincón más recóndito de Birmania! Y aunque, no demasiado sorpresivamente, el vino resultó malísimo, la terraza donde lo probamos nos regaló una mágica puesta de sol. Y bueno, ya podemos decir que probamos un vino súper exótico, ¡ja!

En Viñedos Red Mountain
Quizá uno de los momentos más especiales de nuestro viaje llegó al día siguiente, cuando nos trepamos a una lancha larga y de apariencia endeble para dar un recorrido por el lago. Desde una tarde antes nos habíamos apalabrado con uno de los locales para que nos llevara en un paseo privado y así poder detenernos donde más se nos antojara.

Esta era su manera tradicional de pescar

Pueblos flotantes
¡La excursión fue un verdadero regalo! Más allá de ver a los pescadores que pescan con un solo pie o las fábricas de sedas y cigarros, yo quedé impresionada con nuestra visita al mercado. Y es que luego de caminar y dejar atrás los primeros puestos dirigidos a los turistas cautelosos, llegas al corazón del lugar. Mujeres descalzas sentadas en el piso vendiendo fruta, hombres ofreciendo anguilas que aún se retorcían en vasijas, costales de especias de colores, jóvenes comprando carnes colgadas de ganchos, mientras que a un lado un muchacho recibía un corte de pelo en una peluquería improvisada. Y todos, pero todos, masticando hojas de betel. Dientes rojos, mejillas amarillas.
¡Por supuesto que también hubo pagodas y estupas en el trayecto! Pero más que las decenas de columnas doradas que encontramos en Shwe Indein, lo que cautivó mi corazón en este encuentro fue toparme con trocas -literal trocas- de niños budistas que parecía acababan de salir de la escuela. Todos amontonados con sus cabecitas pelonas y sus túnicas naranjas. Me acerqué a ellos un poco nerviosa, no quería asustarlos ni ofenderlos, pero accedieron a que les tomara un par de fotografías y ya no podía dejar de sonreír.

Niños budistas

Miles de estupas más en el Lago Inle

Postales del Lago Inle
Dejé Myanmar llena de gratitud, verdaderamente transformada por la experiencia. Fue un viaje que me permitió una auténtica entrada a la cultura de un lugar para mí tan lejano y diferente. ¡Lo recomiendo muchísimo! Me encantaría saber si ustedes han vivido una experiencia similar o que me platiquen si ya conocen Birmania. ¡Ya saben que me encanta que me dejen sus comentarios y compartan mi entrada si fue de su agrado! ¡Hasta la próxima!
M.