A veces tienes días agobiantes: te levantas tarde y no llegas a tu clase de baile, tiran cosas tuyas-sin querer, aunque no por eso menos frustrante- que son especiales, buscas un libro y ninguno llena tus expectativas y, a la hora de comer comienzan a derrumbar la casa de a un lado y no puedes escuchar nada. Todos tenemos días así, en los que parece que nada saldrá como queremos y que las horas que faltan antes de llegar a la cama estarán plagadas de imprevistos y contratiempos.
Pero las cosas, los días, los malos momentos siempre pueden mejorar, o por lo menos pueden perder su importancia. Sólo es cuestión de tomarse un segundo y respirar, recordar por qué hacemos lo que hacemos o por qué vamos a donde vamos. Y una manera de reencontrarnos y conseguir un rato tranquilo para sosegarnos es abriéndole espacio a una buena comida. Dedicándonos una hora para saborear con calma y disfrutar de los alimentos antes de regresar a las presiones y a las prisas. Porque no es lo mismo, tragarte un lonche de jamón -que mandaste pedir a la tiendita de la esquina- mientras sigues acribillando la computadora, que despegarte de tu escritorio y pensar, ¿qué se me antoja?, e ir con una mejor disposición a comer para luego volver con la mente despejada y el ánimo mejorado.
Ayer fue un día así. ¡Hasta una cana me salió para coronar los malos ratos! Y a pesar de todos los pendientes y de mi actitud resignada a la mala fortuna, cuando mi mamá me preguntó que qué quería comer no dudé en decir: “vamos a La Pastería”. Mi respuesta bien pudo haber sido “nada”, pero en el fondo sabía que tendría que comer y que sería mejor comer algo que me apeteciera y me hiciera sentir segura.
No sé por qué La Pastería de pronto tiene ese efecto en mí. Será quizá porque voy con regularidad y entonces se siente como casa. O que las pastas siempre te llegan al dente en platos o cazuelitas hirviendo y me recuerdan un poco a mi mamá (lo tibio nunca nos ha gustado y en casa un plato no está listo si no se le ve el humos salir). O simplemente porque relaciono pasta con confort y permisividad. No sé, pero ayer necesitaba consentirme, y un platón de fusilli de La Pastería fue la opción perfecta.
Las dos sucursales de La Pastería -una en Andares y la otra en Terranova 1171-quedan muy cerca de mi casa, por lo que para mí es muy cómodo y práctico. Sé que es un lugar al que puedo ir y comer o cenar rico, y puedo estar en casa o en el trabajo en un lapso relativamente breve. Además, siempre me atienden súper bien, y me sirven los platillos con prontitud. Para mí, la comida rica, el servicio eficiente y la cercanía convierte en La Pastería en el lugar ideal para recuperar las ganas y regresar a la vida de carreras y presiones.
¿Qué pedir?
Para comenzar tengo un par de recomendaciones. La tártara de atún es muy sabrosa, los cubitos van acompañados de jitomate y aguacate y toda la torrecita se adereza con reducción de balsámico; la berenjena también es rica, y es una entrada perfecta para días lluviosos o fríos porque llega muy calientita. Mi favorito de la carta es el carpaccio de pulpo, que con limón y un pesto de cilantro siempre me reanima y alegra el corazón.
Otra cosa que me gusta de La Pastería es que sirven ensaladas copiosas. Nada de que la ensalada sólo es la entrada. Claro, puedes pedir una y compartir, pero si estás a dieta o simplemente quieres algo súper fresco, puedes ordenar una ensalada de atún o camarones y quedarás muy satisfecho y contento. Mi favorita es la Beatrice, que lleva lechugas, setas, espárragos, queso de cabra y una vinagreta muy ligera.
Para continuar yo realmente sugiero que hagan honor al nombre del lugar y prueben una pasta. Mi antojo constante y selección más frecuente es el fusilli arrabiata. ¡Me encanta! Es un platón de fusilli preparado con salsa pomodoro, crema, peperonccino y un bodoquito de queso mascarpone para coronar, ¡es mi súper máximo! Para mí, la mejor pasta del restaurante, claro, tiene que gustarles el chile porque es algo picosa. Otro clásico en La Pastería es el plato de ravioles, van rellenos de espinaca y nuez y los bañan con una salsa florentina que no tiene pierde. Si más que los caldos rojos y rosas prefieren las preparaciones cremosas, también les tengo un par de sugerencias: el fusilli roccaraso, que lleva un salsa blanca aromatizada, trocitos de portobello, jamón y peperonccino (aparentemente soy fan de las hojuelas de chile; y el fusilli a los cuatro quesos (creo que comienzo a ver un patrón).
O si de plano la pasta no es una opción, elijan el filete de salmón alcaparrado o el pescado Vongole (con almejas), que también les van a encantar. Como buena comida italiana, sugiere que acompañen su selección con vino.
Para terminar, ¡y qué manera de hacerlo!, tienen que pedir el postre de la casa: un pastelito muy cremoso -que más pareciera pay- que cruje en la boca y exhala la textura y el sabor de un chocoalte Ferrero Rocher. La verdad es que si te acompañan más de dos personas yo sugiero que pidan dos rebanadas o dos postres distintos para compartir, porque les aseguro que uno no será suficiente. Si son chocolateros como yo, esta es la opción, no busquen más. Claro, también hay gelato, affogato y otros placeres que pueden probar.
Después de mi comida en La Pastería, de platicar con mi mamá, de tomarme una copa de vino, mi día comenzó a mejorar. No digo que la comida sea mágica y haya logrado la hazaña, sólo digo que comer en un lugar que te hace sentir feliz y darnos chance de respirar y disfrutar cuando estamos muy estresados tiene un efecto positivo en nuestros días o por lo menos en la actitud con la que los vivimos.
¿Qué restaurantes tienen en ustedes este efecto? ¿A dónde recurren cuando quieren consentirse y encontrar confort? ¡Platíquenme! ¡Quiero saber sus experiencias!