¡Buenos días, Mazamitla!

mazamitla1Este fin de semana volví a Mazamitla después de mucho años. Fui con toda mi familia paterna: tíos, primos, abuela, mis padres y mi hermana, y no tienen idea de cuánto lo disfruté. Nos quedamos en Sierra Paraíso, en unas cabañas de madera, sin mayor lujo, pero por lo mismo con esa sensación de lo rústico y lo bonito. Hay algo sobre tomarse un par de días para ir a la montaña que te regresa la vitalidad. Yo siempre he sido mucho más de playa, pero cuando voy unos días a la sierra, regreso a la ciudad con el cuerpo y la mente muy descansados. Así que hoy les voy a platicar un poquito de mi experiencia por allá, para que luego ustedes se animen a darse una escapadita con sus amigos o familias, ¡vale la pena!

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Mazamitla está a una hora y 45 minutos de Guadalajara, en el corazón de la Sierra del Tigre, y la carretera es bastante segura, por lo que eso no debería ser un impedimento para visitar. Perfectamente puedes ir y venir en un día, aunque es mejor quedarse a dormir una o dos noches para realmente disfrutar lo que este Pueblo Mágico tiene que ofrecer.

Nosotros llegamos el viernes por la tarde. Dormimos en cabañas de dos cuartos, dos baños, una cocina, una salita con chimenea y un tapanco con dos camas matrimoniales. Yo dormí en el tapanco, lo cual es una ventaja, ya que se conserva mejor el calor allá arriba y, con una cobija gruesa y la chimenea prendida, duermes como bebé. Nos tocó un clima bastante agradable, con un promedio de 20 grados en el día y 16 grados en la noche, no hizo el frío que nos esperábamos. Después de instalarnos en nuestros cuartos, caminamos 15 minutos hacia el centro.

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Ya comenzaba a oscurecer y teníamos hambre así que nos metimos en uno de los restaurantes de los portales a cenar algo y tomarnos unos vinos. Comimos un guacamole, un queso fundido, rines de harina y cacahuates. Algunos tomaron tequila y mi mamá y yo nos tomamos una botella de Oveja Negra Cabernet-Syrah. Nos pusimos al corriente de nuestros aconteceres en el trabajo, los viajes, la escuela; nos reímos mucho y celebramos el cumpleaños de una de mis tías, ¡feliz cumpleaños, otra vez! El lugar estaba bastante solo, pero tampoco nos hizo falta más gente. A eso de las 21:30, con el frío y la barriga llena de comida, comenzó a rondarnos el sueño y el cansancio, así que pedimos la cuenta y emprendimos nuestra caminata a las cabañas. En una tiendita de abarrotes nos detuvimos a comprar leña, ocote y agua para el día siguiente.

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Me despertó el olor a café y envuelta como un tamal. Mi hermana me preguntó que si quería ir a correr con ella y le dije que no, imagínense lo a gusto que estaba metida entre las sábanas. Mi papá subió al tapanco y me abrazó un rato, mi mamá también subió y me dio un beso. Mi hermana sí se fue a correr. Tardé más de media hora en desamodorrarme y bajar por mi taza de café. Una vez que todos nos habíamos terminado de bañar y cambiar (recomiendo jeans y botitas) caminamos al centro, pero esta vez para desayunar. El camino empedrado tiene las subidas y bajadas suficientes para llegar al kiosko con el estómago y las tripas bien despiertas, pero se disfruta: todas las casitas blancas de adobe tienen macetas con cactáceas y flores en los balcones, y tendederos que agitan calzones rosas y brassieres amarillos.

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Nosotros ya sabíamos en dónde queríamos desayunar: un restaurante muy tradicional con los mejores chilaquiles y crema fresca del pueblo: Posada Mazamitla Restaurant. Con más de 70 años ofreciendo café de olla, quesito fresco y frijolitos recién hechos, Posada Mazamitla te recibirá con los brazos abiertos desde las 8:00 horas. Pedimos molletes de frijoles, huevos revueltos con chorizo y, mis favoritos, los chilaquiles. No sé exactamente con qué condimenten la salsa, pero queda sabrosísima. Yo casi me terminé una orden completa, pero creo que para la siguiente pediría sólo la mitad, ya que es abundante, además, así te queda espacio para comerte una conchita sopeada en chocolate caliente.

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Con el estómago contento salimos a caminar por el centro. En Mazamitla puedes hacer muchas cosas: ir a caminar al bosque y bajar a la cascada, montar a caballo, rentar cuatrimotos, ir al mercado de artesanías, ir a algún spa, y claro, seguir comiendo todas las delicias que el pueblito ofrece. Yo me metí a un par de tiendas de plantas a admirar las diferentes variedades de suculentas, ¡ya saben que las amo! De hecho, mi hermana me regaló unas hermosas que en Guadalajara son bastante difíciles de conseguir. Mi abuela compró unas muñecas Marías, mis primos cohetes y fuegos artificiales y luego todos fuimos al mercado a comprar lo que hacía falta para la comida.

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Regresamos a la cabaña y acomodamos las mesas y sillas en la terraza para la hora de la comida. Aprovechamos el día para asar arrachera y peinecillos, cebollitas, chorizos, nopales; preparamos frijoles de la olla, quesadillas, guacamole, vampiros y salsitas de molcajete. Además, mi papá abrió las botellas de tequila y vino tinto. Fue un festín, pusimos música, platicamos, nos reímos, tomamos y festejamos estar juntos y felices.

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Para bajar un poco la comilona y hacerle un huequito a la rebanadita de pastel, a eso de las 18:00 los primos nos fuimos a caminar. Caminamos hacia el bosque, por la entrada a Los Cazos. Fue una caminata corta, como de media hora, suficiente para ver la puesta de sol y volver a la cabaña antes de que anocheciera totalmente. Y sí, cuando llegamos partimos un pastel y cantamos Las Mañanitas a los próximos cumpleañeros. También ambientamos la terraza con cumbias, salsas y demás música y, como suele pasar cuando nos vemos, nos pusimos a bailar.

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Y como tanta comida no había sido suficiente, a las 21:30 prendimos la fogata y asamos un paquete de salchichas y bombones. Otra vez, dormí como bebé.

Quisimos aprovechar nuestra última mañana, así que el domingo nos despertamos y desayunamos quesadillas y taquitos de frijoles ahí en la cabaña. Cuando de niños visitábamos Mazamitla, no perdonábamos una ida a la cascada, así que, como el corazón nos latía con recuerdos, allá fuimos a dar. Puedes bajar a la cascada caminando o a caballo, y mi mamá, mi hermana y yo elegimos montar. ¿Cómo les explico que me tocó el caballo más acelerado del grupo? El Payaso, se llama y me tenía 20 metros adelante que los demás, no sólo por un trote ligero, sino por un galope cadencioso y rápido. El recorrido es hermoso: árboles y árboles, pajaritos cantando, el rumor del agua, las pezuñas de los equinos contra el empedrado. Te toma 35 minutos bajar a caballo, 40 caminando. Una vez abajo puedes admirar la cola de agua, mojarte los pies, observar la vegetación y los rayos del sol que se cuelan entre las hojas… El regreso estuvo increíble, me volví a trepar al caballo y, como sabía que ya se iría a casa, se aceleró como nunca y me llevó galopando hasta la cima. Yo no soy una persona demasiado intrépida, pero esta vez me solté y me dejé llevar. Claro que me asusté en algunos tramos de muchas piedras y desniveles, pero la sensación de perder un poco el control y permitirme un rush de adrenalina fue algo que me hacía mucha falta.

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No pueden irse de Mazamitla sin comprar recuerditos y cosas para sus casas. Las cajetas y jaleas son una especialidad en este pueblo, al igual que los dulces e azúcar quemada y mantequilla. También les insisto que se lleven crema y queso fresco, ¡no se van a arrepentir!

Yo me quedé con muchas ganas de dormir allá un par de noches más, volver a desayunar esos chilaquiles deliciosos, tomarme mi tiempo para tomar fotos en el bosque, convivir un rato más con mi familia y descansar. ¿Ustedes conocen Mazamitla? O, ¿hace cuánto tiempo que no van? Realmente los invito a que vayan y disfruten lo que este Pueblo Mágico tiene que ofrecer: su gastronomía, paisajes increíbles, actividades naturales, gente bonita y amable y, por supuesto, su tradición.

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