Llegó mi época favorita del año y por primera vez me toca vivirla en Europa, donde las ciudades se transforman en postales de Navidad. Pinos perfumados y decorados en los parques, ventanas centelleando con luces blancas, carritos humeantes con castañas y el frío oscuro e invernal completan el cuento de hadas.
Yo soy amante de la Navidad y de todo su esplendor decembrino, y visitar un mercado navideño ocupaba un prioritario lugar en mi lista de sueños desde hace mucho tiempo. Así que ya se imaginarán mi gozo cuando hace un par de fines de semana hicimos nuestra maleta, nos subimos al tren y llegamos a la capital de la Navidad: Estrasburgo.
Los mercados navideños se remontan a la Alemania de la Edad Media, pero se popularizaron en la Europa germánica y en algunos países que solían ser parte del antiguo Imperio Romano. Ciudades como Basel, Vienna, Brujas, Berlín, Praga y Budapest cuentan con reconocidos bazares, pero quizá el más grande y espectacular se lleva a cabo en Estrasburgo, en la Alsacia francesa.
El mercado navideño que cobra vida en el de por sí pintoresco pueblo de Estrasburgo data de 1570. Actualmente cuenta con más de 300 puestos de madera que ofrecen esferas, estatuillas, guirnaldas, nacimientos, artesanías, chocolates, comida, bebidas y todo lo necesario para contagiar a cualquiera del espíritu de Noël.
Para mí fue un fin de semana fantástico. Caminé por todos los tenderetes maravillándome ante los detalles de los cascanueces, los Santa Clauses, los monos de nieves listos para colgarse en pinos y coronas. Escuché villancicos entonados por coros locales; presencié una pastorela protagonizada por niños y cabras. Recobré calorcito probando el típico Glühwein o vino caliente con especias. Calmé mis antojos con una salchicha con chucrut, un platillo tradicional del centro de Europa preparado a base de col blanca fermentada. Admiré las vitrinas y fachadas de todas -y cuando escribo todas realmente es todas- las tiendas y casitas y restaurantes del centro que parece que concursan por el premio de mejor decoración navideña del año. Me divertí observando a niños y adultos patinar en la pista de hielo en la plaza principal. Y ya al final, antes de irnos a dormir, el Gordo y yo, abrazaditos, nos tomamos un chocolatito caliente mientras veíamos parpadear al precioso árbol de Navidad.
Aprovechamos nuestra siguiente mañana para ir a recorrer La Petite France (La Pequeña Francia), un barrio que se antoja inspirado en La Bella y la Bestia. Las casitas blancas detalladas con vigas de madera, jardineras con flores rojas, un río verde cruzando por la mitad… Y claro, al centro de su plaza, otro mercadito navideño por explorar.
La Catedral de Estrasburgo también es parada obligatoria. Su fachada gótica realmente captura la atención de cualquier visitante. Si tienen la suerte de ir en domingo por la mañana, les recomiendo entrar a una misa, pues canta un coro de niños divino.
Para comer, les recomiendo a ojo cerrado Le Bistrot d’Antoine, un rinconcito súper local donde nos saboreamos unos caracoles a la alsaciana, una sopa de cebolla y un corte de res exquisito.
Terminamos nuestro recorrido por el pueblo comprando recuerdos y regalos en el mercado navideño (unas latitas de foie gras, té artesanal, miel casera, pantuflitas para mis sobrinos) y con muchas ganas de regresar. Esta experiencia sólo abrió mi apetito para conocer más mercados navideños. ¡Qué suerte que este fin de semana voy a Munich y tendré la oportunidad de descubrir otro y comparar!
¿Cuál es su parte favorita de la Navidad? ¿En sus ciudades también montan mercados navideños? ¿Cuáles son las tradiciones en sus ciudades y pueblos? No puedo esperar a leer sus experiencias en los comentarios. Les mando un abrazote y hasta la próxima.