
Un poquito de historia
Cuando hablamos de comida francesa, muchas personas suelen creer el injusto estereotipo de que su cocina y sus maneras son pretenciosas e inalcanzables. Pero no siempre es verdad. La gastronomía francesa, al igual que la mexicana, la italiana o la japonesa, tiene sus distintas variantes, sabores y maneras de preparación. No voy a negar que al provenir de un país en un continente lejano los ingredientes pueden resultar inusuales y extraños, pero eso no significa que sus platillos no están hechos con el mismo amor y cariño con los que una abuela mexicana prepara gorditas o un lomo en salsa.

Así lo relata el chef Gérard, que al visitar su restaurante tuve la suerte de que se sentara en mi mesa y me narrara que su gusto por la cocina lo heredó de su madre. Me platicó que nació en Algeria y que cuando estalló la guerra él y su familia regresaron a Francia, donde su padre abrió un hotel y su madre se encargaba de la cocina. Así comenzó él a desarrollar su pasión y cariño por la gastronomía, en la cocina y en los brazos de su mamá. Ya más grande, Gérard viajó a Estados Unidos a estudiar y trabajar, donde conoció a la que sería su esposa, Nené. Se hicieron novios y cerca de la playa vivieron unos años de vida libre y sin lujos, “muy hippie”, me dijo riéndose. Fue hasta que viajaron a Guadalajara para la boda de un familiar, que su suegro, el padre de Nené, insistió en que se quedaran y en que entrara al negocio de la venta de cocinas. “Acepté y me fue muy bien, la verdad”, comentó con su acento francés prominente.

En los años siguientes, Gérard puso un establecimiento de comidas corridas, que después de un rato lo enfadó, puesto que no hacía preparaciones creativas ni fieles a sus raíces. Luego, abrió un pequeño restaurante francés, pero no fue sino hasta 1999 que Chez Nené abrió sus puertas, el lugar donde Gérard logró -y logra- destapar su creatividad y amor por la cocina. “Hay dos tipos de comida”, me enseña con seriedad y alegría, “hay comida para alimentarse y hay comida para el placer. El segundo tipo de comida no todas las personas la conocen, pero aquí en Chez Nené es lo que hacemos, comida para el placer”, asegura mientras parpadea sus ojos azules.
Sobre Chez Nené

¡Y qué mayor motivación necesitan para ir a visitar este restaurante tan querido entre los tapatíos! ¡Qué satisfacción, qué bonito que te digan que ahí son vendedores de placer! Y a mí no me quedó ningunda duda con mi experiencia, pues desde que entras al local comienzas a empaparte del amor que hay en esa cocina. Ubicado en avenida Juan Palomar y Arias #426, en la colonia Vallarta Universidad, Chez Nené espera con la mesa puesta y el corazón abierto. Entrar a Chez Nené es como entrar a casa de tu mamá o de una tía muy querida, que por alguna extraña razón vive en la campiña francesa: hay mesas de todos los tamaños, cada una con un mantel distinto (de cerezas o flores o pájaros) y sillas de colores diferentes; en el recibidor, se sienta un refrigerador lleno de licores, quesos y mermeladas hechos en casa; las paredes están cubiertas de cuadros y pinturas que a lo largo de los años han ido coleccionando; una chimenea adorna y suma a la sensación de calidez; al fondo, el agua borbotea de una fuente que alegra la tarde; en el patio amarillo, un pequeño jardín de cactáceas y helechos adorna y da frescura al aire. Te sientes acogido, querido, invitado a esta casita que te ofrecerá lo más delicioso de comer o cenar. Además, en la noche el ambiente se vuelve aún más acogedor y romántico.



El menú
Invité a mi mamá a comer y, luego de estacionarnos e ingresar al local, elegimos sentarnos en una mesita cerca del balcón. No pasaron dos minutos y Laura, una de las chefs ya nos recibía y nos ofrecía una bebida mientras nos acercaba el pizarrrón con el menú escrito. Sí, no hay cartas impresas, y se debe a que todos los días la oferta gastronómica del restaurante cambia. Aunque hay platillos clásicos que son fijos en el menú, como los escargots, la hamburguesa y el filete de res a la pimienta, las especialidades varían dependiendo a lo que el chef Gérard encuentre fresco y sabroso en el mercado y el rancho esa mañana: un conejo, un pato, ¡quizá hasta un jabalí!

Mientras ordenábamos agua con hielos y un par de copas de cabernet sauvignon, Laura volvió a nuestra mesa con panecito calientito, queso curado con especias y una barrita de mantequilla para untar, suficiente para abrir nuestro apetito y comenzar con la experiencia de una comida francesa hecha en casa. Leímos con detenimiento el menú y escuchamos atentos al mesero que nos explicó amablemente cada uno de los platillos. Ese día, el chef Gérard Faure, optó por preparar como entradas: escargots al vino blanco, espárragos a la vinagreta, mousaka griega, ceviche francés, calabazas al gratin, y steak tartar. Además, había elaborado una sopa de pescado a la marsellesa, varias ensaladas muy frescas y la tradicional sopa de cebolla.

Volvió Laura con nuestros vinos y ya con la boca salivando ordenamos los primeros tiempos: los escargots y la sopa de cebolla. Al ser preparaciones francesas muy típicas, mis expectativas eran muy altas, y les admito que me sorprendieron, ¡sobre todo los caracoles! Yo no había probado en Guadalajara unos escargots mejor cocinados y sazonados que los que comí en Chez Nené: con la mantequilla derretida, el ajo muy granulado y doradito, y el caracol en su punto. Monté cada uno sobre pan y los bañé con la mantequilla al vino blanco y especias, para después llevármelos a la boca. ¡Un manjar!



Antes de terminar con nuestras entradas, y para dar el tiempo suficiente a la preparación de calidad de los platos fuertes, pedimos al mesero nuestra comida. Todas las opciones en la pizarra me hacían ojitos, pero tuve que optar por sólo una, ya me habían advertido que los platos eran abundantes. Sándwich de roast beef y mayonesa; lonja de mero al gusto; camarones a la crema y al vino blanco; hermosos langostinos al ajillo; confit de pato con salsa de frutos rojos; pierna de gallo a la portuguesa; coq au vin Lyonnais, lomo de cordero sobre polenta; rack de jabalí, ¡casi me fue imposible elegir! Sin embargo, seguí mi instinto y las sugerencias de nuestro mesero (¡quién sabe hasta cuando durarán el pato y los langostinos en el menú!): ordené el confit de pato con salsa de frutos rojos y, ¡qué bruto! ¡Estaba exquisito! La pierna, todavía con su piel doradita, estaba bañada en una salsa agridulce y espolvoreada con frambuesas, fresas y moras azules. A un lado, unas papitas con edamame y un jitomate al horno, ¡una combinación de sabores perfecta que no puedo esperar repetir!


Por otro lado, mi mamá pidió los langostinos: tres langostinos enormes abiertos en mariposa, bien enmantequillados y con un adobo suave, pero sustancioso, literal, ¡para chuparte los dedos! De hecho el chef Gérard ya se había sentado a la mesa con nosotros y le insistía: “¡señora, use los dedos! ¡Que no le importe si la gente la voltea a ver! ¡Aquí se come con y por placer!”.


Tras empecinarse unos instantes, aceptamos que el chef se levantara de nuestra mesa a prepararnos un postre. “Es una sorpresa”, nos dijo. Así que esperamos pacientemente (reitero que es cocina slow food, ya que todos los platillos son preparados al momento) a que nos ofreciera su creación. ¡Valió totalmente la pena! Gérard nos sirvió un panecito dulce bañado en jarabe de naranja y caramelo, sobre un espejo de crema inglesa, queso de cabra, nieve de vainilla y almendras ralladas. Si ustedes prefieren elegir su postre, el menú es amplio y tradicional: crème brûlée, fresas jubilee, crepas, pays y tártaras.

Además de la comida, la plática con chef Gérard también fue deliciosa: nos platicó sobre sus hijos y sus perros (sus dos grandes amores); sobre los periódicos y cartas que lee y escribe; sobre cómo se naturalizó como mexicano junto con el chef y dueño del Pierrot; nos confesó que le encanta comer tacos de sahuayo, que prepara un menudo muy sabroso, y que lo hace feliz preparar comida para sus comensales, tanto así que ofrece el servicio de ir a tu domicilio y cocinar para tus eventos especiales. También me señaló realidades que todavía me tienen en una profunda reflexión: “a México le hace falta que lo quieran. Los mexicanos tienen que querer más a su país. Yo soy mexicano y digo que tenemos que quererlo más; si realmente lo quisiéramos, podríamos levantarlo en pocos años”. Y creo que es verdad. Nuestro país necesita amor, y una manera de demostrarlo es apoyando los proyectos locales, los proyectos de quienes lo quieren vivo, seguro y abundante.

Mi visita a Chez Nené es un ejemplo perfecto de por qué escribo y dedico mi tiempo a Ojos Mexicanos. Por eso, realmente los invito a que visiten este restaurancito francés y no sólo coman delicioso, sino que se sientan en casa, en confianza, y en un pedacito que añora a un México seguro, próspero y lleno de amor. Y para asegurarme de que por lo menos algunos de ustedes vayan, ¡les tengo una sorpresa padrísima! Voy a regalar cortesías dobles para una comida/cena parisina en Chez Nené a las tres personas que completen la siguiente dinámica:
1. Sigue a Chez Nené en Instagram (@cheznene).
2. Sígueme en Facebook, encuentra este post y responde a quién te gustaría invitar a Chez Nené y por qué. Una vez que hayas respondido comparte el post en tu muro y en el de un amigo.
3. Anunciaré a los ganadores en la noche, ¡elegiré a las mejores respuestas!
