Hay algunos lugares que por su manera de preservar la tradición se llenan de un encanto especial. Lugares que por tener una miríada de fotografías, carteles, posters, cartas y cachivaches en sus paredes y estanterías capturan un ambiente acogedor, calientito, como de casa de antaño donde la comida sólo puede salir deliciosa. Así es La Caneva de Andrea (en Gabriel Castaños 2763, casi sobre la Glorieta Minerva). Así, como recién salido de esa región al norte de Italia, el restaurancito guarda su encanto acogedor y prepara pastas que haría que cualquier nonna se sintiera orgullosa.
La primera vez que visité La Caneva de Andrea fue por invitación de mi padre. Pocas veces nos toca comer a él y a mí solitos, y un día que ni mamá ni mi hermana se encontraban en la ciudad, y que por varias razones no nos habíamos visto en días, nos citamos ahí. Era martes o jueves lo cual lo hizo más especial, nunca como con mi padre -en realidad casi ni lo veo- entre semana. Como mi papá ya conocía este rincón maravilloso, tomó la batuta y ordenó la carta de vinos y las entradas sin chistar. Me dijo: “tienes que probar estos mejillones, están buenísimos”, mientras pedía un Villa Montefiori cabernet-sangiovese. También pedimos una ensalada.
En lo que llegaban las entradas leímos el menú con minucia, ¡y todo se nos antojaba! Y aunque las carnes al brandy y los robalos alcaparrados me llamaban la atención, el ambiente en el restaurante me aseguraba que si quería comer algo realmente tradicional y exquisisto debía pedir una pasta. No sé, parecía que la atmósfera me aseguraba que cada tira de fetuccini estaría al dente. Llegaron los mejillones y, ¡no he probado en la ciudad mejillones más deliciosos que estos! Preparados con limón, vino blanco, hierbas aromáticas y conchas bien frescas, son una entrada que no pueden dejar de pedir. De hecho, ayer que volví con toda la familia los ordenamos sin pensarlo dos veces y me supieron igual o más sabrosos que la primera vez. La ensalada también la disfrutamos mucho.
Tomamos vino y llegaron los fuertes. Mi papá sí optó por un salmón al finocchio. Yo, en cambio pedí el tagliatelle con sbrise e tartufo, o sea con hongos, setas, cebolla, ajo y aceite de trufa negra. La verdad es que soy fan de la trufa negra, así que cuando leo esas palabras en el menú mi inclinación a dicho platillo aumenta. ¡El tagliatelle me encantó! La pasta estaba cocinada a la perfección y era, además, una porción abundante. El salmón también se me hizo muy sabroso y sería sin duda algo que pediría en próximas visitas.
Antes de platicarles sobre el postre y el café, les cuento que ayer volví a La Caneva de Andrea, en esta ocasión con la familia completa. ¡Todos quedamos muy satisfechos! Además, hace mucho que no comíamos los cuatro juntos -¡ha habido muchos viajes y salidas últimamente!- por lo que fue aún más bonita la experiencia. Volvimos a pedir vino y, claro, los mejillones y en lo que traían los fuertes nos pusimos al día. Que cómo nos va en el trabajo a Marifer y a mí, que cómo estuvo la boda en Monterrey, que si nos parecen las nuevas políticas del club del cual somos socios, que qué falta para mis próximas nupcias legales. No es mentira cuando les escribo que el restaurante, con su piso de madera y luces ámbar, permite este arropamiento y esta cercanía hasta en la plática.
En esta última ocasión la pasta volvió a predominar la mesa: fetuccini con anitra (pasta al huevo con salsa de carne molida de pato estofada y láminas de parmesano), ravioli con cangrejo y salsa rosa y gnocchi (sé que esto no es pasta, pero como que entra en la categoría, ja) con salsa cremosa de jtomate y camarones. Mi mamá pidió el filetto San Martino, un corazón de filete con salsa de higos, arúgula en balsámico y queso paremsano, ¡exquisito!
Ya relajados con el vino y la panza llena, sólo yo quise pedir postre. Cuando mi papá me llevó pedimos un cannolo alla siciliana, pero esta vez se me antojó más un tradicional gelato de stracciatella (a base de leche con trozos finos de chocolate). La porción es abundante, y todos terminando metiéndole la cuchara y disfrutándolo.
He comido tan rico y disfrutado tanto cada vez que voy a La Caneva de Andrea que quiero que ustedes lo visiten y lo comprueben, que sientan esa misma familiaridad y acogimiento por parte del lugar, los meseros y la propia comida calientita. ¡Aprovechen este fin de semana y conózcanlo! ¡No los va a decepcionar! Por mi parte, seguiré yendo, espero que en compañía de mi familia y de gente que quiero para que todo me sepa aún mejor. ¡Gracias!