Fin romántico en Tapalpa, pueblo mágico

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¡Ya tenía mucho tiempo sin escribir! Pero en mi vida se cruzó una boda (¡sigo soñando con ese día!), una luna de miel, una mudanza, un regreso y otra mudanza que parece ser que será un poquito menos temporal. El caso es que estoy feliz de regresar a mi computadora y a este blog que tanto quiero y mediante el cual extraño compartir.

Y para retomar mi disciplina hoy les tengo una entrada sobre un lugar muy bonito y cercano al corazón de los tapatíos: ¡Tapalpa! Les cuento que Ren y yo estábamos un poco aburridos en la ciudad, pero también un poco amarrados a ella, por lo que no podíamos escaparnos por más de una noche. Así que encontramos en Tapalpa la solución perfecta a nuestro hastío. Y la verdad es que la pasamos tan bien que quiero compartirles todos los detalles de nuestra salida espontánea.

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Salimos a carretera tempranito. O por lo menos esa era la intención (yo quería llegar a desayunar al pueblo), pero el sueño nos venció un par de horas más de lo contemplado y terminamos por encaminarnos hasta las 10:00 AM. Aún con la demora, encontramos en Internet un restorancito que sirve desayunos hasta las 12:30, así que nos aventamos con el estómago vacío, pero felices de que al llegar encontraríamos café, pan y crema y quesos frescos que sólo en los pueblos puedes probar (¡son los mejores!).

Nos fuimos por la carretera libre y todo transitó en orden. Con curvas y todo hicimos exactamente dos horas a la entrada del pueblo, y además nos tocó avistar a los aventureros madrugadores planeando en sus parapentes. ¡Es un recorrido muy lindo!

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Llegamos directo a Madre Tierra, el restorán que buscábamos, en la Plaza Principal de Tapalpa. Con mesitas de madera y troncos de árboles como sillas, el lugar nos recibió acogedor y calientito. Tenía tanta hambre que mal entré, pedí mi café negro y un omelette (siempre de puras claras) de cebolla guisada y chorizo con una guarnición de chilaquiles rojos y un bodoquito de frijolitos con queso cotija. Ren ordenó sus chilaquiles rojos con dos huevos estrellados. Fue una sorpresa que trajeran mi café en un matraz, recién goteado de un clever. De pronto pareciera que estos métodos de extracción se reservan para los cafés cool de la ciudad, así que quedé muy complacida. Todavía puedo saborear mi omelette y ver a mi Panzón comiendo vorazmente todo lo que había en su plato.

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Luego de desayunar fuimos a instalarnos en nuestro hotel, ¡y este fue otro gran acierto de nuestro viaje! Nos hospedamos en Villa Cassis Hotel Boutique, un hotelito en lo alto del pueblo, con cuartos muy acogedores, ponche de granada en el recibimiento, plantas frondosas en el pasillo principal, servicio súper amable y una vista hermosa desde la terraza donde te sirven de desayunar.

Ya sin triques regresamos al carro y nos dirigimos a las famosas Piedrotas. Hicimos unos 15 minutos desde el hotel y en el camino disfrutamos del área boscosa que tanto me hace suspirar. La visita fue muy breve porque empezó a llover. Pero tuvimos oportunidad de jugar y tomar fotos de unos toros y unas vacas que completaban el paisaje.

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También aprovechamos la vuelta para visitar la casa que mi cuñada y su esposo construyen en un pueblito aledaño. Nos perdimos un rato entre tanta curva y lluvia, pero por fin llegamos y el supervisor de obra y su perro Ramón nos dieron todo el tour.

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Aún sin hambre y con lluvia, decidimos regresar al hotel, donde pasamos un par de horas resolviendo un crucigrama y donde Ren además tomó una siesta. Los dos ya conocíamos Tapalpa, así que no teníamos prisa de ir a todos lados. Además, es bonito también tomarse el tiempo para relajarse y pasar el día sin apuros. Tapalpa es chico y se presta para descansar.

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Ya despabilados salimos a caminar. En los portales de la Plaza Principal de Tapalpa probamos rompope de vainilla, nuez y piñón, y curioseamos las artesanías de madera y cuero. Como a eso de las 6:00 PM nos dio hambre y entramos a Los Girasoles. Pedimos un platón para dos personas (con frijolitos refritos, panela, guacamole, pollo desmenuzado en salsa, y salsa mexicana) y un tequila para bajarlo todo. Aunque no hacía mucho frío, la lluvia y la sierra siempre proponen una tarde tranquila y tequilera. El platón (deliciosísimo, por cierto) bastó para mí, pero Ren pidió después una carne asada. El rato nos duró dos horas, y es que platicamos tan a gusto y el restorán es tan lindo, que no queríamos precipitarnos y esperamos la noche caer.

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Otra vez en la Plaza, me dio por revivir las travesuras de mi infancia y me acerqué a un puestito a comprar buscapiés y otros cohetes de muchas chispas y poco tronar. Nos reímos con los chiquillos vagos que se acercaban a los petardos justo antes de explotar, tomamos fotos y nos entretuvimos hasta que el barullo en los portales nos antojó otro vino. Nos sentamos en una esquina, sinceramente no recuerdo el nombre del lugar, y nos tomamos una cazuelita y comimos chícharos y cacahuates de un platito en el centro de la mesa.

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Al regresar al hotel tuvimos la fortuna de que nos recibieran con una botella de vino tinto, así que la abrimos y nos tomamos un par de copas más antes de dormir.

Al día siguiente, a las ocho de la mañana, recibimos por una puertita pequeña una bandeja con una jarra de café fresco y galletas de naranja para acompañar. Son detalles así los que engrandecen tu estancia en un hotel. El desayuno (subimos como a las 10:00 AM), igual que las galletas mañaneras, estaba incluido en nuestra reserva (y me parece que en la de cualquiera que se hospede en Villa Cassis). Lo sirven en la terraza, en un segundo piso, con vista al pueblo y a un lago un poco más alejado del paisaje. Nos sirvieron yogur con frutas, jugo y panes con mermeladas caseras. Y como plato principal, un plato de chilaquiles rojos o verdes al gusto. Yo los pedí verdes, y creo que fue la elección más atinada, pues venían con rajas y cebolla guisada, lo que les daba un toque extra de sabor.

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Con la barriga feliz, empacamos, subimos las maletas al carro y regresamos a la Plaza Principal. Entramos a la iglesia (yo no la conocía, o por lo menos no la recordaba) y compramos el rompope y la cajeta para regalar en casa. He de confesar, que se me cruzó un tamal de acelgas, y no me importó que todavía tuviera los chilaquiles en la garganta, le puse extra queso y extra crema y me lo comí.

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Para completar la visita a Tapalpa y tomar las fotos que me hacían falta, regresamos a Las Piedrotas antes de partir. Esta vez no nos embelesamos con las vacas, sino que caminamos a los monolitos, nos trepamos, admiramos la vista y a los intrépidos lanzándose en una tirolesa a primera vista demasiado improvisada y nos sentamos a despedir a nuestro paseo que en poco habría de terminar.

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A veces estamos fatigados de ir a los mismos lugares cada fin de semana y se nos olvida que a poco tiempo de la ciudad, a un precio razonable y a una corta distancia, podemos conseguir un par de días diferentes, relajados, románticos, memorables, al gusto de cada quien. Nosotros nos la llevamos tranquilos y lo tomamos como un weekend getaway, pero en Tapalpa hay muchas otras actividades que puedes realizar: paseos en cuatrimoto, aventarte del parapente, ir de hiking y a explorar. El chiste es animarse y aprovechar todas las opciones que tenemos cerca.

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Mazamitla, Monteverde y Green Forest Tours: ¡mezcla perfecta de aventura y relax!

monteverde1Hace no tanto escribí una reseña sobre Mazamitla, ¡pero hoy les tengo una mejor! ¿Por qué? Porque regresé a este Pueblo Mágico y descubrí que no sólo puedes pasarla a gusto con tus amigos y familia frente a un asador o una fogata, sino que hay miles de actividades más que harán que tengas un fin de semana con la combinación perfecta entre lo extremo y la relajación, lo divertido y la calma y reflexión que muchas veces la sierra provoca.

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Me fui de viernes a domingo y me llevé (sí, porque yo los invité) a mis papás, mi hermana, René, mis primas Sofi y Andrea, y a Óscar, novio de ésta última. Ocho en total, llegamos a una cabaña hermosa y súper amplia en Hotel Monteverde. ¡Tenía muchísimo sin vistar este hotel! Y verdaderamente quedé sorprendida. El lugar, ¡bellísimo! Lleno de vegetación, calles empedradas, flores, cactáceas, aves, mariposas y, ¡lo más importante!, las coníferas altas y orgullosas de ser bosque mexicano.  Me encantó Monteverde porque más que parecer un hotel del montón, parece un coto donde sabes que está tu cabaña lista para hacerte sentir tan cómoda como en tu hogar. Los espacios entre cabañas son considerables y todas están a diferentes alturas y niveles de la colina, por lo que te sientes tranquilo y en privacidad, sólo con tu familia o tus amigos.

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Te estacionas justo afuera de tu cabaña, bajas unos escalones y te encuentras con una terraza de madera, banquitas de metal, un asador y la vista más espléndida: las montañas cubiertas de pinos y musgo, el sol naranja y las nubes rosas, los techos de teja y sus figuras. Yo elegí hospedarme en una cabaña grande, y ¡realmente es grande! Abres la puerta y crujen los pisos de duela con tus pisadas. A la izquierda, un comedor con ocho sillas y la mesa puesta para la cena; a la derecha, una cocina de azulejos blancos y una barra con taburetes altos; enfrente, un baño completo, impecable, justo en medio de dos recámaras acogedoras: la primera con una cama king size y la segunda con un par de literas. Ahí mismo en la planta baja te espera una sala grande con ventanas altas y una chimenea llena de leña por si la quieres prender. Subes las escaleras y la sorpresa es grata: un cuarto de juegos con una mesa forrada de fieltro verde para jugar cartas y dominó en la noche, una televisión por si quieres ver el partido de futbol, otro baño completo y, al fondo, otra recámara con dos camas individuales y una puertita que te saca a un balcón que más parece otra terraza con la misma vista espectacular.

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Una vez instalados, salimos a explorar un poco el lugar. Seguimos un sendero de piedras y al llegar al bosque continuamos por un camino de tierra y agujas de pino. La senda tiene señalamientos, por si quisieras hacer ejercicios con distancias específicas o salir a correr. En la caminata pasamos una cancha de tenis y finalmente nos topamos con la Pista Comando, y bueno, mi papá y mi hermana se volvieron locos: rodeados de árboles treparon redes, brincaron sobre llantas, se balancearon en troncos, jugaron carreritas en telarañas de cuerda. ¡Está padrísima para hacer competencias con toda tu familia o tus amigos!

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Volvimos a la cabaña ya con algo de hambre y nos fuimos al pueblo a cenar y tomar algo. Decidimos probar un cafecito, Cantaritos Bistro, en la mera plaza principal. Nos sentamos en el balcón y nos entretuvimos jugando dominó y armando rompecabezas mientras comíamos crepas de nutella, sandwichitos de jamón y queso y tomábamos vino tinto y carajillos, suficiente para que después de un par de horas nos diera sueño, y qué bueno porque el siguiente día empezaría temprano.

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monteverde7El sábado fuimos a desayunar temprano a mi restaurante favorito, Posada Mazamitla Restaurant, porque para mí es pecado ir al pueblo y no comer sus chilaquiles, su crema y su quesito fresco, acompañados de una taza de café. Y a las 10:30 ya estabamos caminando de regreso a la cabaña, satisfechos y felices, a lavarnos los dientes y prepararnos para el primer tour del fin de semana: el paseo en caballo. Justo saliendo de Monteverde y al a derecha están las instalaciones de Green Forest Tours, con todo el equipo, los camiones, los paquetes y seguridad para que descubras el otro lado de la sierra: el intrépido.

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Hicimos la Ruta del Tigre y el paseo en caballo duró una hora y media. Recorrimos una zona rural que colinda con el bosque, llena de casas bonitas y paisajes pintorescos. Mi yegua, Gitana, y el caballo de René, Apache, convenientemente buscaban estar juntos y si él galopaba, iba yo detrás de él. Fue un recorrido, ¡una mañana!, muy pero muy bonita.

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Al término del recorrido volvimos a la cabaña. Ya las 13 horas es momento justo de destapar las cervezas, servir los mezcales, sacar el cubilete y prender el asador. Hay algo sobre asar carne que une a las familias y a los amigos: todos poner la mesa, ver cómo se preparan los alimentos, pasar la salsa, las cebollitas, contar chistes e historias, querer colaborar. Son momentos en los que realmente disfrutas tu vida y tu compañía. Nosotros tuvimos un festín: carne de Chihuahua, chorizo, nopales asados, cebollas, chistorra, chiles güeros rellenos de queso, frijolitos, quesadillas, salsas, chimichurris, vino tinto y Legendario Domingo mezcal.

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Y nos dieron las 17:30 y ya todos alegres después de semejante comilona limpiamos y guardamos todo y volvimos a Green Forest Tours para el segundo del día: un recorrido en camioncito para ver el atardecer en el Bosque de las Hadas. En compañía de otras 12 personas y con una guía muy simpática, nos trepamos al bus y nos dirigimos al corazón de la sierra para aprender acerca de la flora y fauna de la región y ver desde un mirador la caída del día y del sol. No sé si es porque nosotros íbamos llenos de alegría, pero pareciera que contagiamos a todos los tripulantes del camión. Íbamos cantando, jugando, ¡hasta dando unos traguitos a una botella de tinto que mi papá metió de contrabando!

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Por fin llegamos a un alto y la guía nos invitó a bajar y a recorrer una vereda que nos internaría a un más al bosque y a sus leyendas. A mitad de la caminata comenzó a chispear, pero el agua no pareció molestar a nadie, pues continuamos con el recorrido, tomamos mucha fotos y sólo hasta el regreso nos refugiamos en un pequeño local que vendía café de olla, cajetas, dulces y chocolate caliente recién hecho. Volvimos al camión y continuamos el trayecto de regreso. Una vez en la cabaña pusimos algo de música y platicamos un rato más hasta que nos venció el sueño y entendimos que el día llegaba a un perfecto final.

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El domingo por la mañana también nos despertamos tempranito, tocaba el último y más alocado de los tours: ¡las tirolesas! Después de desayunar unos huevitos estrellados y un jugo de naranja en el El Kiosko, ahí mismo en Monteverde, y empacar todas nuestras cosas y subir las maletas a los carros, regresamos a Green Forest Tours para la última aventura. Nuevamente nos subimos a un camión que nos llevó a lo más alto de la Sierra (un ascenso de aproximadamente 25 minutos) y nos dejó en la estación de las tirolesas.

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No les voy a mentir, yo iba nerviosa, las alturas en ambientes salvajes y naturales no son mi fuerte, pero decidida a vencer mi miedo y completar no sólo el circuito panorámico (con seis tirolesas), sino el extremo (con siete tirolesas). Como una persona con algo de miedo (terror) a las alturas les puedo asegurar que todo el equipo que te provee Green Forest Tours, además de los instructores que te orientan en la experiencia son súper seguros y profesionales; además de que las instalaciones son nuevas y están certificadas por Protección Civil (¡prometo que investigué todo antes de animarme!). Y la verdad es que no se siente tan terrible como cree uno, al revés, dejarte de ir -aunque en un principio es intimidante y aterrrador- te llena de una sensación de libertad y poder que sólo experiencias retadoras como esta te regalan. Además, las vistas son impresionantes y el aire es fresquísimo, ¡yo lo volvería a hacer! ¡Y realmente los invito a que ustedes también lo vivan! ¡No sólo dejen que yo les cuente y escriba! ¡Atrévanse!

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Realmente estoy muy agradecida por mi fin de semana en Mazamitla. A veces nos da flojera salir de nuestras casas, pero la verdad es que a pocos kilómetros de la ciudad tenemos opciones hermosas que es una obligación conocer y visitar. Podemos planear el fin de semana que se nos antoje: uno tranquilo, donde quieras relajarte y disfrutar de las vistas, la comida y los amigos; uno intrépido, lleno de emociones, aventuras y recorridos, o uno como el que yo acabo de vivir, con la mezcla perfecta de relajación y aventura, siempre acompañado de buena comida y de personas a las que quiero y con las que siempre puedo platicar, reír y disfrutar.

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¿Qué han hecho ustedes últimamente? ¿Conocen Monteverde o han participado en los tours de Green Forest? ¿A dónde más me recomiendan ir para escribir y reseñar? Espero todos sus comentarios, ¡ya saben que los quiero!

Bonito fin de semana,

M.

¡Buenos días, Mazamitla!

mazamitla1Este fin de semana volví a Mazamitla después de mucho años. Fui con toda mi familia paterna: tíos, primos, abuela, mis padres y mi hermana, y no tienen idea de cuánto lo disfruté. Nos quedamos en Sierra Paraíso, en unas cabañas de madera, sin mayor lujo, pero por lo mismo con esa sensación de lo rústico y lo bonito. Hay algo sobre tomarse un par de días para ir a la montaña que te regresa la vitalidad. Yo siempre he sido mucho más de playa, pero cuando voy unos días a la sierra, regreso a la ciudad con el cuerpo y la mente muy descansados. Así que hoy les voy a platicar un poquito de mi experiencia por allá, para que luego ustedes se animen a darse una escapadita con sus amigos o familias, ¡vale la pena!

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Mazamitla está a una hora y 45 minutos de Guadalajara, en el corazón de la Sierra del Tigre, y la carretera es bastante segura, por lo que eso no debería ser un impedimento para visitar. Perfectamente puedes ir y venir en un día, aunque es mejor quedarse a dormir una o dos noches para realmente disfrutar lo que este Pueblo Mágico tiene que ofrecer.

Nosotros llegamos el viernes por la tarde. Dormimos en cabañas de dos cuartos, dos baños, una cocina, una salita con chimenea y un tapanco con dos camas matrimoniales. Yo dormí en el tapanco, lo cual es una ventaja, ya que se conserva mejor el calor allá arriba y, con una cobija gruesa y la chimenea prendida, duermes como bebé. Nos tocó un clima bastante agradable, con un promedio de 20 grados en el día y 16 grados en la noche, no hizo el frío que nos esperábamos. Después de instalarnos en nuestros cuartos, caminamos 15 minutos hacia el centro.

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Ya comenzaba a oscurecer y teníamos hambre así que nos metimos en uno de los restaurantes de los portales a cenar algo y tomarnos unos vinos. Comimos un guacamole, un queso fundido, rines de harina y cacahuates. Algunos tomaron tequila y mi mamá y yo nos tomamos una botella de Oveja Negra Cabernet-Syrah. Nos pusimos al corriente de nuestros aconteceres en el trabajo, los viajes, la escuela; nos reímos mucho y celebramos el cumpleaños de una de mis tías, ¡feliz cumpleaños, otra vez! El lugar estaba bastante solo, pero tampoco nos hizo falta más gente. A eso de las 21:30, con el frío y la barriga llena de comida, comenzó a rondarnos el sueño y el cansancio, así que pedimos la cuenta y emprendimos nuestra caminata a las cabañas. En una tiendita de abarrotes nos detuvimos a comprar leña, ocote y agua para el día siguiente.

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Me despertó el olor a café y envuelta como un tamal. Mi hermana me preguntó que si quería ir a correr con ella y le dije que no, imagínense lo a gusto que estaba metida entre las sábanas. Mi papá subió al tapanco y me abrazó un rato, mi mamá también subió y me dio un beso. Mi hermana sí se fue a correr. Tardé más de media hora en desamodorrarme y bajar por mi taza de café. Una vez que todos nos habíamos terminado de bañar y cambiar (recomiendo jeans y botitas) caminamos al centro, pero esta vez para desayunar. El camino empedrado tiene las subidas y bajadas suficientes para llegar al kiosko con el estómago y las tripas bien despiertas, pero se disfruta: todas las casitas blancas de adobe tienen macetas con cactáceas y flores en los balcones, y tendederos que agitan calzones rosas y brassieres amarillos.

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Nosotros ya sabíamos en dónde queríamos desayunar: un restaurante muy tradicional con los mejores chilaquiles y crema fresca del pueblo: Posada Mazamitla Restaurant. Con más de 70 años ofreciendo café de olla, quesito fresco y frijolitos recién hechos, Posada Mazamitla te recibirá con los brazos abiertos desde las 8:00 horas. Pedimos molletes de frijoles, huevos revueltos con chorizo y, mis favoritos, los chilaquiles. No sé exactamente con qué condimenten la salsa, pero queda sabrosísima. Yo casi me terminé una orden completa, pero creo que para la siguiente pediría sólo la mitad, ya que es abundante, además, así te queda espacio para comerte una conchita sopeada en chocolate caliente.

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Con el estómago contento salimos a caminar por el centro. En Mazamitla puedes hacer muchas cosas: ir a caminar al bosque y bajar a la cascada, montar a caballo, rentar cuatrimotos, ir al mercado de artesanías, ir a algún spa, y claro, seguir comiendo todas las delicias que el pueblito ofrece. Yo me metí a un par de tiendas de plantas a admirar las diferentes variedades de suculentas, ¡ya saben que las amo! De hecho, mi hermana me regaló unas hermosas que en Guadalajara son bastante difíciles de conseguir. Mi abuela compró unas muñecas Marías, mis primos cohetes y fuegos artificiales y luego todos fuimos al mercado a comprar lo que hacía falta para la comida.

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Regresamos a la cabaña y acomodamos las mesas y sillas en la terraza para la hora de la comida. Aprovechamos el día para asar arrachera y peinecillos, cebollitas, chorizos, nopales; preparamos frijoles de la olla, quesadillas, guacamole, vampiros y salsitas de molcajete. Además, mi papá abrió las botellas de tequila y vino tinto. Fue un festín, pusimos música, platicamos, nos reímos, tomamos y festejamos estar juntos y felices.

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Para bajar un poco la comilona y hacerle un huequito a la rebanadita de pastel, a eso de las 18:00 los primos nos fuimos a caminar. Caminamos hacia el bosque, por la entrada a Los Cazos. Fue una caminata corta, como de media hora, suficiente para ver la puesta de sol y volver a la cabaña antes de que anocheciera totalmente. Y sí, cuando llegamos partimos un pastel y cantamos Las Mañanitas a los próximos cumpleañeros. También ambientamos la terraza con cumbias, salsas y demás música y, como suele pasar cuando nos vemos, nos pusimos a bailar.

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Y como tanta comida no había sido suficiente, a las 21:30 prendimos la fogata y asamos un paquete de salchichas y bombones. Otra vez, dormí como bebé.

Quisimos aprovechar nuestra última mañana, así que el domingo nos despertamos y desayunamos quesadillas y taquitos de frijoles ahí en la cabaña. Cuando de niños visitábamos Mazamitla, no perdonábamos una ida a la cascada, así que, como el corazón nos latía con recuerdos, allá fuimos a dar. Puedes bajar a la cascada caminando o a caballo, y mi mamá, mi hermana y yo elegimos montar. ¿Cómo les explico que me tocó el caballo más acelerado del grupo? El Payaso, se llama y me tenía 20 metros adelante que los demás, no sólo por un trote ligero, sino por un galope cadencioso y rápido. El recorrido es hermoso: árboles y árboles, pajaritos cantando, el rumor del agua, las pezuñas de los equinos contra el empedrado. Te toma 35 minutos bajar a caballo, 40 caminando. Una vez abajo puedes admirar la cola de agua, mojarte los pies, observar la vegetación y los rayos del sol que se cuelan entre las hojas… El regreso estuvo increíble, me volví a trepar al caballo y, como sabía que ya se iría a casa, se aceleró como nunca y me llevó galopando hasta la cima. Yo no soy una persona demasiado intrépida, pero esta vez me solté y me dejé llevar. Claro que me asusté en algunos tramos de muchas piedras y desniveles, pero la sensación de perder un poco el control y permitirme un rush de adrenalina fue algo que me hacía mucha falta.

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No pueden irse de Mazamitla sin comprar recuerditos y cosas para sus casas. Las cajetas y jaleas son una especialidad en este pueblo, al igual que los dulces e azúcar quemada y mantequilla. También les insisto que se lleven crema y queso fresco, ¡no se van a arrepentir!

Yo me quedé con muchas ganas de dormir allá un par de noches más, volver a desayunar esos chilaquiles deliciosos, tomarme mi tiempo para tomar fotos en el bosque, convivir un rato más con mi familia y descansar. ¿Ustedes conocen Mazamitla? O, ¿hace cuánto tiempo que no van? Realmente los invito a que vayan y disfruten lo que este Pueblo Mágico tiene que ofrecer: su gastronomía, paisajes increíbles, actividades naturales, gente bonita y amable y, por supuesto, su tradición.

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